martes, 29 de julio de 2008

El Síndrome de Peter Pan

Es curioso el puñetero anuncio nuevo de coca-cola ahora que estoy a punto de cumplir los 30. Por suerte (de momento) ni la calva es mi mal ni el euribor me amarga la vida (supongo que lo primero es a causa de lo segundo) pero uno empieza, ante tan fatídica cifra, a hacer balance. Y ¡oh fatalidad! aproximadamente 7 de cada 10 cosas que tenías en la lista de por hacer todavía pertenecen al grupo de "pendientes". Por suerte has tachado de la lista lo de perder la virginidad, acabar la carrera (que a punto de cumplir 30 hay mucho elemento que no ha podido tachar si no una, ambas casillas) y lo de dar un garbeo (aunque pequeño) por Europa. Por desgracia falta lo de pilotar un ultraligero, saltar en paracaidas, vivir en Australia, tener una relación sentimental satisfactoria, publicar un libro, tirar con arco, ver una aurora boreal (o austral, que viene siendo lo mismo), aprender a tocar el didgeridoo, conocer el modo de vida de los indios americanos in situ y, como no, practicar yoga.


Muchos se rendirían aquí, pero si uno se ha mantenido con la ilusión intacta hasta ahora, ¿por qué no aguantar un poco más?. Como dijo Homer a cerca de Bart "Me recuerda mucho a mi antes que el peso del mundo aplastara mi espíritu". Uno se ve tentado a tirar la toalla. El camino ha sido largo, y la tele simpre lo ha hecho parecer mucho más fácil, pero al fin y al cabo cada uno tiene lo que se merece y la responsabilidad de lo que decidimos es únicamente nuestra.


Así que sigo siendo un afectado del síndrome de Peter Pan. No quiero madurar, a pesar de que los demás no entiendan que eso no significa dejar de crecer, dejar de cambiar hacia algo mejor. A pesar de que me tachen de infantil a veces, entiendo que yo puedo seguir disfrutando de cosas que la mayoría han olvidado, como por ejemplo, jugar. Y no me importa que se rian de mi a veces, porque ahora gracias a mi tamaño, soy susceptible de arrancarle la cabeza a cualquiera que se atreva si es necesario. Ventajas de ser un niño grande. Eso y ponerme ciego a polos de fresa cuando me apetece.


No puedo negar que hay ciertas cosas a las que he renunciado definitivamente. Una de ellas es a ser una persona llena de certezas. Siempre creí (¡oh tierna y efervescente adolescencia!) que cuando llegara a mediados de la doble decena sería una persona con una seguridad inmensa y sin capacidad de sorpresa porque todo estaría dominado. Pero bien superada la edad en la que situaba tal perspectiva me doy cuenta de que lo que consideramos seguro es algo que lejos de crecer con el tiempo, mengua. Lo único que da seguridad es comprender que no hayaremos certeza alguna, al menos fuera de nosotros, salvo que vamos a palmar indefectiblemente y que existen dos leyes universales a cerca de las tetas, esto es, 1º No hay dos tetas iguales (ni siquiera dentro del mismo par) y 2º Lo importante no es lo que tienes, sino como lo aprovechas.
Y, ¡qué coño!, lo prefiero así. El misterio es de lo mejor de la vida (salvo para el coito, que es mejor con la luz encendida).


Termino con un deseo para todo el que lea esta entrada: Dinero y tiempo para gastarlo, valor para cambiar cuando toca, fuego para prenderle fuego a lo viejo y seguir adelante, e inteligencia (o ausencia de ella) para no complicarnos la vida más de lo que es en sí.

Amén