Tras una entrada sin palabras, solo con vídeo, esta vez vuelvo a la carga con algo que escribí hace algún tiempo y que he rescatado de un archivo perdido. Me lo encontré por casualidad y fue grato volver a leer algo que escribí, a mi modo de ver, con cierta lucidez y que, al releerlo, me ayuda a no perder el rumbo. Espero sinceramente que a alguien le resulte tan útil como lo ha sido para mi redescubrirlo.
Manual para perder el tiempo
Siempre se nos dice que el tiempo en el que no estamos haciendo algo es tiempo perdido. Bien, hay actividades que decididamente son tiempo perdido, como tirarse durante horas a ver la televisión sin que haya nada que nos interese y nos satisfaga.
Siempre se nos dice que el tiempo en el que no estamos haciendo algo es tiempo perdido. Bien, hay actividades que decididamente son tiempo perdido, como tirarse durante horas a ver la televisión sin que haya nada que nos interese y nos satisfaga.
Constantemente se nos insiste en que producir es nuestro fin en la vida, generar bienes de consumo y hacer acopio de dinero para emplearlo en los productos de primera necesidad y en nuestro ocio. Hemos de ser trabajadores, eficientes, previsores, comedidos, equilibrados y cuidadosos para mantener las relaciones sociales dentro del marco de lo “políticamente correcto”.
Si alguien tiene el suficiente aplomo como para hacer todo esto, ¡felicidades!, se habrá convertido en un robot (“robot” proviene de la palabra checa que significa “esclavo”). Comenzamos a ser esclavos de una actividad que destestamos para conseguir todo cuanto nos dicen que nos hará felices: desodorantes que nos proporcionarán un atractivo irresistible para el sexo opuesto, coches de gran cilindrada con el mismo efecto, vacaciones en lugares paradisíacos donde no se puede encontrar ni un metro cuadrado de arena para poner la toalla, bebidas refrescantes y comida grasienta donde apagar nuestra insatisfacción de manera momentánea y operaciones de cirugía estética para recuperar el aspecto que se supone debemos tener una vez hayamos alcanzado el estadio de obesidad mórbida. Empezamos a ser un engranaje dentro de una gran máquina (no puedo dejar de recordar “Tiempos Modernos” de Charli Chaplin). Nuestro cometido es el de ser el mejor engranaje posible, pero hay un problema: no somos engranajes, somos personas.
Las personas necesitan a otras personas, necesitan ser queridas, necesitan poder ser diferentes las unas de las otras (no mejores ni peores, simplemente diferentes), necesitan poder perder el tiempo, necesitan dedicar largas tardes de sol sencillamente a charlar con alguien maravilloso, necesitan enamorarse y ser irresponsables, necesitan gritar y enfadarse, necesitan arriesgarse y vivir aventuras, necesitan portarse como locos y como niños y, sobre todo, necesitan un sentido mayor que el de un engranaje.
El tiempo sólo merece la pena ser empleado en todo aquello de lo que disfrutamos. Todo el mundo puede vender su tiempo a cambio de un salario, a cambio de dinero que depositar en el banco, pero en el momento en que tratemos de recomprar el tiempo que hemos vendido nadie nos lo podrá proporcionar. Así que empleemos nuestro tiempo a nuestra propia manera ya que mañana podríamos estar muertos. Eso sí, hemos de ser previsores y guardar lo necesario por si tenemos la suerte de que esto no suceda.
Para terminar quiero reproducir un cuento que aparece en uno de los libros de Anthony de Mello, que expresa buena parte de lo que pretendo transmitir y me gusta especialmente:
El rico industrial se horrorizó cuando vio a un pescador tranquilamente recostado contra su barca y fumando en pipa.
“¿Por qué no has salido a pescar?”, le preguntó el industrial.
“Porque ya he pescado suficiente por hoy”, respondió el pescador.
“Y ¿por qué no pescas más de lo que necesitas?”, insistió el industrial.
“¿Y qué iba a hacer con ello?”, preguntó el pescador.
“Ganarías más dinero”, fue la respuesta.
“De ese modo podrías poner un motor a tu barca. Así podrías ir a aguas más profundas y pescar más peces. Entonces ganarías lo suficiente para comprarte redes más fuertes, con las que obtendrías más peces y más dinero. Pronto ganarías para tener dos barcas... y hasta una verdadera flota. Entonces serías rico, como yo.”
“¿Y qué haría entonces?”, preguntó de nuevo el pescador.
“Podrías sentarte y disfrutar de la vida”, respondió el industrial.
“¿Y qué crees que estoy haciendo en este preciso momento?”, respondió el pescador satisfecho.
Quiero expresar mi agradecimiento a todos cuantos me han inspirado para realizar este texto:
A Anthony de Mello, por enseñarnos a vivir sin miedo. A Paulo Coelho, por devolverle el misterio al Mundo. A Carlos Castaneda, por convertir la Muerte en aliada. A los guionistas de la película “El club de la lucha”, por su agudeza y absoluta falta de respeto a cuanto no lo merece realmente.
Y a Angelina, sin cuyo entusiasmo por vivir no habría podido despertar el mío propio.